EL COLEGIO DE MÉXICO 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Primera edición, 2012

 

DR © EL COLEGIO DE MÉXICO, A.C.

Camino al Ajusco 20 Pedregal de Santa Teresa 10740 México, D.F. www.colmex.mx

ISBN 978-607-462-325-3 DR © UNIVERSIDAD DE COLIMA

Avenida Universidad 333

Colima, Colima, México

Dirección General de Publicaciones www.ucol.mx

 

Impreso en México

 

 

 

 

 

 

 

ÍNDICE

 

 

 

 

Introducción: Pensar el antiimperialismo, Alexandra Pita González y Carlos Marichal

 

I.  Mamuts vs. hidalgos. Lecturas de Paul Groussac sobre Estados Unidos y España en el in-de-siglo, Paula Bruno

 

II.  Carlos Pereyra y el mito de Monroe, Andrés Kozel y Sandra Montiel

 

III.  Radiografía del imperio: Los Estados Unidos contra la libertad, de Isidro Fabela, Luis Ochoa Bilbao

 

IV.Salvador Mendieta y la unión centroamericana, Margarita Silva H.

 

V.Tres itinerarios en la creación literaria antiimperialista de Máximo Soto Hall (1899-1928), Mario Oliva Medina

 

VI. Los viajes de Araquistain a América. Apuntes para un estudio preliminar, Blanca Mar León Rosabal

 

VII.  Historia y antiimperialismo: Yanquilandia bárbara, de Alberto Ghiraldo (1929), Alexandra Pita González y María del Carmen Grillo

 

VIII.¿Una nación íbero, latino o indoamericana? Joaquín Edwards Bello y El Nacionalismo continental, Fabio Moraga Valle

 

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43

 

 

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125

 

 

157

 

 

185

 

 

215

 

 

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IX.  Con el ojo izquierdo. Mirando a Bolivia, de Manuel Seoane. Viaje y deriva latinoamericana en la génesis del antiimperialismo aprista, Martín Bergel

 

X.  Comentarios sobre un temprano clásico de la izquierda norteamericana: Dollar Diplomacy: A Study in American Imperialism (1925), de Scott Nearing y Joseph Freeman, Carlos Marichal Salinas

 

 

Autores

 

Índice onomástico

 

 

 

283

 

 

 

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333

 

339

 

 

 

 

 

INTRODUCCIÓN PENSAR EL ANTIIMPERIALISMO

 

 

A lo largo de los últimos doscientos años, numerosos actores políticos y sociales han esgrimido la idea de que América Latina ha sido un territorio fácilmente dominado por potencias extranjeras, debido a la existencia de importantes asimetrías de poder político, militar y económico que con- vierten a esta región en presa de los intereses imperialistas en turno. Se argumenta, incluso con frecuencia, que el atraso latinoamericano se debe, en parte, a la intromisión del imperialismo en la región. Esta posición ha permeado de manera más o menos racional varios discursos que aún se presentan en la actualidad, desde la tribuna, en los panletos de campañas políticas, la prensa y en diversos trabajos académicos.

Sin duda, la persistencia y fuerza del antiimperialismo como bandera de movimientos populares y populistas en Latinoamérica a lo largo del siglo XX, se derivan de la propia historia y de la conciencia histórica de numerosos países que han sido víctimas de invasiones, intervenciones militares y políticas externas durante los últimos dos siglos. Así, resulta común que estos episodios sangrientos y dolorosos se transformen en algunos mojones de la historiografía política y militar de diversas nacio- nes de la región. No obstante, las expresiones nacionalistas más crasas no han sido siempre hegemónicas. En este sentido, conviene sugerir que las corrientes de pensamiento y expresión antiimperialistas han carecido de homogeneidad ideológica, conceptual e instrumental. Demostrar este supuesto es, precisamente, uno de los principales objetivos del presente libro que ofrece un conjunto de estudios sobre muy diversos autores an- tiimperialistas del primer tercio del siglo XX. De hecho, en Latinoamérica puede identiicarse una casi constante disyuntiva entre aquellos autores que se aferraban a la vieja idea de lo nacional (basada en el concepto decimonónico del Estado-nación) y muchos otros que abogaban por un nacionalismo continental. Este último, además, se mantuvo latente jun- to al emergente proyecto nacional, haciendo sentir sus argumentos con mayor fuerza en aquellos momentos de crisis en los que se cuestionaba la legitimidad de determinado régimen político o se revelaba la falta   de

 

9

 

 

capacidad de los estados nacionales para defender los intereses propios e incluso su identidad.

En todo caso, puede  airmarse  que  el  imperialismo  ha ocupa- do un lugar privilegiado en los debates sobre la identidad latinoame- ricana. Las relexiones sobre el otro (extranjero, yanqui, gringo, etc.) han ejercido un papel importante en las formas de autointerpretación de lo propio (llámese latino, hispano o iberoamericano). Este juego de espejos se trasluce de manera reiterada en el ensayo latinoamericano, cu- yos textos suelen crear o utilizar metáforas ante la necesidad de “objetivar los escurridizos sentidos de la nación”1. Por ello, desde hace tiempo, ha sido importante el enfoque del “mirar-especular”, planteado por Richard Morse, repleto de indagaciones sobre la identidad, cuyas percepciones permiten explorar y reconocer nuestra especiicidad pese a la diversidad de posibles interpretaciones2.

Aún cuando este diagnóstico social ha sido compartido por muchos, existe un amplio abanico de interpretaciones respecto del fenómeno iden- titario. Ello ha dependido en grado importante de la coyuntura histórica especíica, así como de las distintas posturas ideológicas de los intérpre- tes. Al revisar la ensayística latinoamericana, en torno a los conceptos de progreso y atraso, especialmente en la segunda mitad del siglo XIX y primer tercio del siglo XX, podemos agrupar sus primeas manifestaciones e interpretaciones en dos grandes grupos. A principios del siglo pasado, era larga la tradición de aquellos intelectuales que, por diversos motivos, relacionaban los males de la región con un problema de origen entre la civilización (visualizada como el futuro al que se quería llegar) y la bar- barie (el pasado que aún pervivía en el presente de las sociedades latinoa- mericanas). Para minimizar la distancia entre una y la otra, propusieron que se ensayara un método quirúrgico de intervención que sanearía estas sociedades, imitando, por ejemplo, los aspectos positivos de Estados Uni- dos como modelo de nación progresista3.

Con el tiempo, sin embargo, se irán incrementando las críticas al im- perialismo norteamericano, fundamentalmente, al considerarlo un factor externo que ejercía una inluencia negativa sobre Latinoamérica. Esta crí-

 

1 Funes, Salvar la nación, p. 11.

2 Morse, “The Multiverse of Latin American”, pp. 7-8.

3 Sobre la importancia de esta imagen dentro del pensamiento del siglo XIX latinoa- mericano y, en especial, en el positivismo argentino, remitimos al interesante estudio de Svampa, El dilema argentino, pp. 29-128.

 

 

tica irrumpió con fuerza a ines del siglo XIX, cuando el término nuestra América, ampliamente difundido por el cubano José Martí, se había ex- tendido entre la intelectualidad latinoamericana como una necesidad de deinir a este conjunto de países a partir de una denuncia permanente de aquello que se excluía, es decir, Estados Unidos. Como señala Oscar Terán, el “primer antiimperialismo latinoamericano” estuvo caracterizado por un doble movimiento compuesto por un factor de denuncia ante el avance norteamericano —ya fuera territorial, comercial o cultural— y por otro que, a manera de contrapropuesta defensiva, alzaba la bandera de la unión latinoamericana. Para que este mecanismo se pusiera en marcha, había sido necesario que se produjera, desde un amplio abanico ideológi- co que incluía perspectivas espiritualistas y positivistas, un cambio en la valoración de este vecino país. Así, de una imagen positiva —como la que sustentaban hasta ese momento los núcleos liberales latinoamericanos—, se pasó a una visión crítica que llegó, incluso, a plantear que la América Latina dividida en naciones era el fruto de una balcanización externa rea- lizada por intereses imperialistas4.

Este nuevo discurso crítico cobró especial fuerza a partir de la guerra del 98 en Cuba y Puerto Rico, que no sólo reveló el contraste entre la impotencia de España y el dinamismo de Estados Unidos como nueva potencia imperial, sino que puso en tela de juicio el futuro de los países hispanoamericanos. Tal sensación de orfandad e incertidumbre sobre la seguridad de las naciones de la región muy pronto fue acentuada por los acontecimientos que desembocaron en la creación del nuevo estado de Panamá y en el control norteamericano de la zona del Canal. Durante la segunda y tercera década del siglo XX, el discurso antiimperialista adquirió renovadas fuerzas a raíz de la multiplicación de las intervenciones mili- tares de Estados Unidos en la región. En particular, se difundió a partir de 1914 cuando se produjo la prolongada ocupación de Nicaragua, Haití y Santo Domingo, seguida por las intervenciones militares en el puerto mexicano de Veracruz, en ese mismo año. Similar actuación se registra- rá en la siguiente década, como consecuencia de las alianzas del Depar- tamento de Estado norteamericano con diversos dictadores y “hombres fuertes” latinoamericanos.

Las denuncias y propuestas de los antiimperialistas partían de la idea de que, tras una esperada, pero aún incierta, desaparición del interven-

 

4 Terán, “El primer antiimperialismo”, pp. 2-4.

 

 

cionismo de Estado Unidos y de las dictaduras que auspició en la región, especialmente en el Caribe y Centroamérica, las sociedades latinoameri- canas podrían comenzar a realizar un progreso propio más sostenido. Sin embargo, era necesario realizar una maniobra conceptual a través de la cual se diera nuevamente signiicado al concepto positivista de “progreso” y a la visión de las “minorías cultas”. Este giro discursivo modiicó la ma- triz favorable a la inluencia de Estados Unidos y Europa, retomando de la corriente arielista la crítica al materialismo y la referencia a la existencia de un espíritu latinoamericano. Al mismo tiempo, cobraron fuerza otras corrientes más militantes que eran expresión de movimientos sociales y sindicales, anarquistas, socialistas y luego comunistas (desde 1920), que también difundieron un discurso de denuncia antiimperialista. Por todo ello, de 1914 a 1930, la reivindicación de la identidad latinoamericana tomó un nuevo rumbo y ganó aún más fuerza en el pensamiento de nu- merosos intelectuales, a pesar de que seguían cuestionándose los distintos caminos hacia la modernidad en América Latina5.

Para ilustrar la diversidad de interpretaciones expresadas por una se- rie de prolíicos intelectuales latinoamericanos de la época, en este volu- men hemos reunido nueve trabajos sobre algunos de los más destacados ensayistas del primer tercio del siglo XX. Los escritos tienen el imperialis- mo como temática común, casi siempre en tono crítico, pero desde un arco amplio y diferenciado de enfoques ideológicos, estilísticos y analíti- cos. El libro se abre con un estudio sobre Paul Groussac, autor que hace una crítica pronunciada del expansionismo de Estados Unidos en  1898, a partir de una defensa de la cultura de los pueblos de lengua hispánica; se trataría, en cierto sentido, de un antiimperialismo hispanóilo. Distinta fue la propuesta del historiador mexicano Carlos Pereyra, quien desde el primer decenio del siglo XX  adoptó una actitud que puede caliicarse

 

5 Como airma el historiador chileno Eduardo Devés: “el pensamiento latinoamericano de las primeras dos décadas del siglo XX se encontraba dentro de una onda identitaria, pues el ciclo modernizador se encontraba a la baja”. Analizando el periodo entre 1845 y 1980, el autor plantea la existencia de un esquema en el cual se puede graicar la alternancia entre modernización e identidad, teniendo en cuenta  que  aún  cuando  en  un  momento dado se acentúa una, la otra no desaparece por completo y vuelve a aparecer cíclicamente años después. También observa que esta característica dualista se presenta en intelectuales que acentuaron una dimensión sin negar completamente la otra o enfatizando una de las dos opciones en distintos momentos de su vida. Devés, El pensamiento latinoamericano, pp.  15-16.

 

 

de nacionalismo pragmático, en la confrontación con el poderoso veci- no del norte. En cambio, ya en tiempos de la Revolución mexicana, los escritos del diplomático, político e intelectual Isidro Fabela relejaban el nacimiento del nacionalismo revolucionario vinculado con un espiritu internacionalista y antiimperialista.

Asimismo, dos estudios en este libro nos ilustran sobre los escritos de los intelectuales centroamericanos Salvador Mendieta y Maximo Soto Hall, a propósito de nación e imperialismo. Fue en el segundo decenio del siglo XX que Mendieta, apóstol de la uniicación centroamericana, comenzó a formular sus ideas sobre las ventajas del unionismo para evi- tar la debilidad de pequeñas naciones frente a las potencias extranjeras. Su contemporáneo, Máximo Soto Hall, en cambio, expresaba en sus es- critos literarios y políticos una posición que podríamos describir como antimperialismo sandinista, inspirada en la lucha de las guerrillas contra las fuerzas estadounidenses que ocupaban  Nicaragua.

La complejidad y diversidad del género antiimperialista  evidente- mente se relaciona con las diferentes posiciones ideológicas que carac- terizan a sus autores. En algunos casos, el nacionalismo era el vehículo que permitía expresar una posición antiimperialista, como es el caso del escritor chileno Joaquín Edwards Bello, aunque sus posiciones resulten bastante conservadoras y aboguen por un nacionalismo continental. En otros casos, la inluencia de ideologías de izquierda era más importante, como en los escritos sobre el imperialismo en el Caribe, del socialista español Araquistain o en la compleja obra literaria y política del escri- tor argentino Albert Ghiraldo, que releja la impronta del anarquismo y de otras corrientes militantes. No obstante, en fechas muy tempranas, Ghiraldo también puede y debe concebirse como uno de los principa- les gestores de una cultura libertaria. Distinto es el antiimperialismo del peruano Manuel Seoane, cuyos primeros escritos se derivaban del movi- miento  del  reformismo  universitario  latinoamericano  de  los  años  1918 a 1925, para luego plasmarse en el dinámico movimiento político del aprismo, del cual llegará a ser una igura señera; en este caso, podríamos hablar de un antiimperialismo “aprista”. Tampoco puede ignorarse la explícita y fuerte impronta del marxismo en muchos de los tempranos escritos antiimperialistas, como puede observarse en el texto Dollar Di- plomacy, de Scott Nearing y Joseph Freeman, que también se estudia aquí, y del cual debe subrayarse su estricto materialismo histórico que lo  aleja  de dogmatismos.

 

 

En resumidas palabras, los diversos y ricos textos que se analizan en este libro permiten observar que las críticas al imperialismo se expresaron en un gran abanico de interpretaciones, en reivindicaciones de los valores del hispanoamericanismo o, alternativamente, del latinoamericanismo; en críticas al panamericanismo, en denuncias de la expansión imperialista, especialmente en el Caribe y Centroamérica; en expresiones del naciona- lismo continental y regional, en la invención del concepto de Indoamérica, o en posiciones de izquierda, socialistas, comunistas y anarquistas.

Con el objeto de profundizar en la labor de rescatar a autores y textos clave de la historia intelectual latinoamericana, los participantes en este vo- lumen no sólo analizaron determinadas obras y reconstruyeron de manera sintética las biografías de los autores y su contexto social, cultural y políti- co. Simultáneamente, supervisaron la labor de recuperación de los libros originales de los autores estudiados, algunos difíciles de localizar, los cua- les se han digitalizado y puesto a disposición en la página Web del Semina- rio de Historia Intelectual, bajo la rúbrica de “Biblioteca digital de Histo- ria Intelectual de América Latina: Textos antimperialistas de 1890-1940”6. Por ello, se recomienda al lector la consulta de estos textos en dicha colec- ción digital, albergada en El Colegio de México, disponible en Internet en formatos amigables, que esperamos sean objeto de estudios particulares en el futuro. Todos los escritos pueden consultarse en nuestra página Web, ya que tienen la intención de servir de vehículo y fuente para la docencia y la investigación, siendo necesario señalar que, además, se han incluido en este espacio digital una serie de escritos complementarios e importan- tes del género antiimperialista, entre los cuales se cuentan los textos del brasileño Eduardo Prado, La ilusión yanqui (edición original en portugués de 1894), del venezolano Cesar Zumeta, El continente enfermo (1899), del argentino Martín García Merou, Estudios americanos (1916), y del peruano Luis E. Valcárcel, Tempestad en los Andes (1927).

 

 

 

 

 

 

 

6 Véase la sección de “Biblioteca digital”, en la página del Seminario de Historia Inte- lectual en http://shial.colmex.mx/

 

 

 

 

I.  EL ANTIIMPERIALISMO LATINOAMERICANO: ¿GÉNERO O GENERACIÓN?

 

Pensar el antiimperialismo puede sugerir que, en la época bajo consi- deración (el primer tercio del siglo XX), existía un mínimo grado de ho- mogeneidad en los planteamientos de la mayoría de los intelectuales críticos en distintos espacios de Latinoamérica. Precisamente por ello, algu- nos autores como Hugo Biagini utilizan el término pensamiento alternativo, pese a existir varias signiicaciones para designar las actitudes contestata- rias, como las postulaciones reformistas, o aquellas que postulan un cam- bio estructural del hombre o la sociedad7. Aunque este enfoque subraya el carácter contestatario del posicionamiento antiimperialista, consideramos que es necesario tener en cuenta la amplia gama de matices, tensiones y contradicciones que deben de ser tomados en cuenta para comprender de qué manera es resigniicado el mismo objeto de estudio por los interlocuto- res. En otras palabras, como argumenta Martín Bergel en este volumen, es conveniente tener en mente un concepto lexible de antiimperialismo, atento a las diferencias en las interpretaciones individuales y a los cambios opera- dos en el tiempo, en las propias ideas y en las posiciones políticas e ideoló- gicas de los distintos autores.

En principio, puede plantearse si el discurso antiimperialista debe ser analizado como un género, al compartir ciertos rasgos (realismo, moralis- mo, denuncia política y social, entre otros), o como una generación que se deinía por ciertas ainidades de enfoque. En la práctica, en cualquier época histórica podemos identiicar la existencia de una multiplicidad de posturas y estilos intelectuales que relejan la riqueza de la relexión y la escritura. Esta nota sobre las precauciones necesarias para evitar genera- lizaciones supericiales, no impide que se planteen algunas interrogantes que contribuyan a pensar y debatir desde y hasta dónde deben ser consi- derados los textos antiimperialistas como elementos signiicativos dentro de la historia intelectual latinoamericana.

Para dar respuesta a ello existe una variada bibliografía escrita desde distintos campos del conocimiento, pero en el caso latinoamericano, se- gún nuestra opinión, resulta fundamental comenzar por hacer una relec- tura crítica de textos y autores que en algunos casos son reconocidos y en

 

7 Biangini y Roig, El pensamiento alternativo, p. 11.

 

 

otros casi olvidados. En este libro nos interesa, en particular, recuperar las relexiones sobre el imperialismo, publicadas en el primer tercio del siglo XX, que ocuparon un lugar privilegiado en los debates sobre la iden- tidad latinoamericana en dicho periodo. Así, optamos por la perspectiva que nos ofrece la historia intelectual, en cuanto permite un análisis de- tallado de la complejidad maniiesta entre el texto y el autor, el texto del autor y otros textos escritos por él, el texto de ese autor y otros textos de otros autores, dimensiones que no se imponen una sobre la otra de una manera simple, sino que interactúan en cada caso especíico. Con ello pretendemos hacer una aportación a los estudios de historia intelectual latinoamericana de la primera mitad del siglo XX, que están cobrando cada vez mayor densidad, merced a la publicación de numerosos libros y artículos sobre intelectuales, revistas y proyectos culturales8.

En este sentido, los ensayos que conforman el presente volumen con- tribuyen a recuperar los escritos realizados por algunos intelectuales que, entre ines del siglo XIX y principios de la década de 1930, se preocuparon por producir y difundir una serie de ideas e imágenes sobre América Lati- na desde una clave antiimperialista9. Partimos de la premisa de que sólo a partir de estos estudios de caso puede resolverse, aunque sea parcialmen- te, el dilema planteado sobre la utilidad de los conceptos de género o de generación intelectual, para interpretar este grupo de  textos.

Sin duda, si centramos la atención en la forma en que se expresan los textos del primer tercio del siglo XX que pueden ser caliicados como an- tiimperialistas, puede sugerirse que no existió un solo género, ya que este discurso se expresó a través de novelas, ensayos en revistas, conferencias,

 

8 Las publicaciones son numerosas y pueden ser divididas en compilaciones, fruto de proyectos colectivos como los siguientes: Altamirano, Historia de los intelectuales; Granados y Marichal, Construcción de la identidad; Aguilar y Rojas, El republicanismo; Biangini y Roig, El pensamiento alternativo. Trabajos individuales que abarcan un periodo amplio como el de Devés, El pensamiento latinoamericano, o un periodo más concreto como el Funes, Salvar la nación; Pita, La Unión Latino Americana; Beigel, El itinerario y la brújula; Tarcus, Mariátegui en la Argentina; Bruno, Paul Groussac; Terán, Vida cultural.

9 Siguiendo a Horacio Tarcus, en su propuesta metodológica sobre la recepción de ideas, planteamos que si bien es analíticamente necesario discriminar a productores, difu- sores, receptores y consumidores de ideas, en la práctica estos roles pueden ser asumidos simultáneamente por una misma persona, por lo que no pueden distinguirse etapas tem- porales y sucesivas, sino momentos en los cuales ciertos tipos de intelectuales desarrollan capacidades y habilidades concretas: producción, difusión, recepción y apropiación. Tar- cus, Marx en la Argentina, p 30.

 

 

artículos periodísticos y panletos políticos. La mayoría de los textos que se analizan en este volumen son extensos, debido al fuerte componente de narrativa histórica o política que indujo a los autores a plantearse el objetivo de sus libros.

Por otra parte, debe subrayarse que el tipo de lenguaje utilizado tam- bién tiene características singulares. La denuncia requiere de una prosa vigorosa que suele transmitir un mensaje político, pero, al mismo tiem- po, observamos que los textos analizados insertan la denuncia dentro de una narrativa de tipo histórica que da fundamento al argumento central presentado. Por ello, los textos que analizamos no son de naturaleza aca- démica, sino que maniiestan una parentela con el periodismo militante y utilizan el formato del ensayo y/o de libros de ensayos entrelazados. De este modo, por su carácter combativo y persuasivo, así como por la com- plejidad de su construcción, esta literatura de ideas comparte con otros tipos de discurso moderno las características de lo que podría llamarse la palabra panletaria10.

El hecho de que hubiese una marcada diversidad ideológica en el tratamiento del imperialismo contemporáneo se relejaba, por lo tan- to, en la variedad de géneros y estilos de los autores, que igual podían saltar de la novela al ensayo y de regreso a la novela, de la conferen- cia política al ensayo o a colecciones de ensayos. Para una mayor com- prensión del fenómeno de los textos antiimperialistas conviene hacer exploraciones adicionales en la literatura de la época. En consecuencia, consideramos indispensable que estudios como el nuestro sean contras- tados con otros que se dediquen a explorar las revistas culturales con- temporáneas, fuentes privilegiadas de difusión, donde se generaban y transmitían los combates de las ideas. Como una especie de espejo que permite realizar un contrapunteo de lo  expresado  en  los  libros, este tipo de revistas, donde se aborda por igual literatura, pensamiento so- cial y ilosóico o relexión política, son especialmente útiles, como lo han revelado una serie de libros recientes sobre una o más revistas lati- noamericanas de la época. Tales publicaciones permiten conocer las ca- racterísticas de las empresas culturales que realizó un grupo de   intelec-

 

10 El panleto como tradición cultural es identiicable por un modus operandi: la imagen paradoxal, la visión crepuscular del mundo, la coexistencia de persuasión y violencia verbal, la relación entre verdad-libertad-solicitud. De este modo, el panleto se presenta como un discurso crítico de oposición a la autoridad, situándose como el “paladín de la verdad”. Angenot, La parole pamphlétaire, pp. 337-338.

 

 

tuales. Al mismo tiempo, su estudio nos permite comprender la confor- mación grupal, con sus ainidades políticas e ideológicas, pero también con sus voces disonantes que nos remiten a los conlictos internos dentro de cierto marco político y cultural.

Al dar muestras del funcionamiento real y las dimensiones de las redes intelectuales, las revistas son de especial utilidad para comprender la producción y circulación del antiimperialismo en el espacio regional latinoamericano. Claridad (Buenos Aires y Santiago de Chile), Renova- ción (Buenos Aires), Sagitario y Valoraciones (La Plata), Repertorio Ame- ricano (San José de Costa Rica), Atuei (La Habana), Ariel (Montevideo), Amauta (Perú), son tan sólo algunos de los nombres de las numerosas publicaciones que pueden ser objeto de este tipo de estudios11. A esto debe sumarse el análisis de las revistas norteamericanas como The Mas- ses, The Liberator, The Nation, New Republic y The North American Review, las cuales, pese a sus diferencias con las anteriores, dan muestra de la importancia del antiimperialismo dentro de un grupo de intelectuales progresistas que se ocuparon de defender sus ideas, entre los años 1915 y 1930, y que prestaron una atención especial al fenómeno del impacto del imperialismo en Latinoamérica.

De este modo, tanto en los libros que analizamos como en las re- vistas de la época, descubrimos la existencia de una serie de redes de intelectuales latinoamericanos que constituían una o varias generacio- nes superpuestas12. Por este motivo, y antes de presentar las caracterís- ticas esenciales de las aportaciones que conforman este libro, también consideramos necesario dejar planteadas algunas inquietudes que sur- gen al intentar utilizar la expresión “generación” en la historia intelec- tual, con el objeto de llamar la atención sobre la combinación de   venta-

 

11 Sería extenso hacer aquí un balance sobre los estudios de revistas culturales. Por ello nos limitamos a mencionar dos ejemplos, el uno sobre una publicación puntual, Renovación, y el segundo como un trabajo colectivo compuesto por varios estudios espe- cíicos. Ver, Pita, La Unión Latino Americana y el boletín Renovación. Redes intelectuales y revistas culturales, 2009 y Crespo, Revistas en América Latina: Proyectos Literarios, Políticos y Culturales, 2010.

12 Daniel Kersffeld ha resaltado la importancia de las redes formales en un ensayo brillante: remite al papel que jugaron en los años de 1920 la Unión Latinoamericana en Buenos Aires, la Liga Antimperialista de las Américas, que operaba desde centros neurálgicos en México y Buenos Aires, y el APRA (Alianza Popular Revolucionaria). Kersffeld, “La Liga antiimperialista”, 2007, pp.151-166.

 

 

jas y desventajas que se desprenden (simultáneamente) del uso de este tipo de categoría.

 

 

II.  LA UTILIDAD RELATIVA DEL CONCEPTO DE GENERACIÓN INTELECTUAL

 

Como señaló Robert Wohl, en un estudio clásico sobre el tema, existen diversos modelos para escribir la historia de una generación de intelec- tuales o de individuos especialmente prolíicos, entre los cuales destacan los enfoques que analizan a grupos literarios, a elites políticas y/o a ciertos grupos notables de jóvenes (youth generations)13. En el primer caso, uno de los estudios, antiguo pero muy inluyente, ha sido el de Henry Peyre, Les générations littéraires (París 1947), que intentó resumir diversas co- rrientes de escritores franceses desde ines del siglo XVII hasta el siglo XX en términos de esta categoría.

En época más reciente, el tema ha vuelto a llamar la atención en Fran- cia, especialmente a partir de la discusión histórica contemporánea sobre el impacto de los intelectuales, dreyfusards, que acudieron al llamado de Emile Zolá, en 1898, en contra de la discriminación religiosa y racial de las autoridades del gobierno francés. Este interés por los tempranos inte- lectuales comprometidos (engagés)14 de principios del siglo XX, ha sido re- forzado por la multiplicación de estudios históricos sobre los intelectuales en Francia, siendo especialmente notables y prolíicas las contribuciones de autores como Michel Winock, Christophe Charle, Jean Sirinelli y Ge- rard Leclerc15. Charle señala que ha sido en los últimos dos decenios que los historiadores sociales han comenzado a estudiar de manera más   sis-

 

13 Wohl, The Generation, p. 239. En particular, sus relexiones en la extensa nota 3.

14 A diferencia de la acepción del intelectual como un técnico que ejerce actividades profesionales especializadas “no manuales”, utilizado en ensayos de carácter  sociológico y económico, las publicaciones de literatura y política más recientes distinguen al intelectual por su actitud de compromiso, incluyendo a aquellos que “han adquirido, con el ejercicio de la cultura, una autoridad y un inlujo en las discusiones públicas”. Marletti, “Intelectuales”, p. 820.

15 Winock, Le siècle des intellectuels; Charle, Los intelectuales en el siglo XIX; Ory y Sirinelli, Les intellectuels en France; Leclerc, Sociologie des intelletuels. También vale la pena prestar una atención especial a revistas especializadas con gran número de artículos sobre la temática como Mil neuf cent: Revue d’histoire intellectuelle, que ya cuenta con casi treinta números; originalmente se titulaba Cahiers George Sorel, pero sigue siendo editada por la Société d’Etudes Soreliennes en París.

 

 

temática a los intelectuales, en cuanto grupo social, en distintos periodos históricos. Al respecto, agrega:

 

Inicialmente, la investigación se volvió hacia este nuevo objeto en Francia, país en el que hacia inales del siglo XIX, surgió históricamente la acuñación lingüística “intelectuales”. Más recientemente ha seguido el ejemplo la histo- riografía de otros países europeos y extra europeos 16.

 

En el caso de México, el concepto de generación intelectual ha sido utilizada con cierta profusión, como lo demuestra la historiografía mexi- cana sobre el poririato (1876-1910), en la cual es habitual apelar al papel protagónico de los llamados “cientíicos” en muchas esferas de la políti- ca, las inanzas y la educación, aunque en este caso, los miembros per- tenecían a diferentes generaciones, si nos atenemos a sus edades17. En contraste, al doblar el siglo, comenzó a ejercer una fuerte presencia anti- positivista en los medios culturales de la ciudad de México un pequeño, pero compacto, grupo de jóvenes literatos y ilósofos, encabezados por Antonio Caso, Pedro Henríquez Ureña, Alfonso Reyes y José Vasconce- los, que se reunieron alrededor del Ateneo de la Juventud y publicaron La Revista Moderna. ya después, y en referencia a un grupo de jóvenes universitarios que comenzaron a descollar en la época de la Revolución, se habla de la conformación de la generación de 1915, donde podemos encontrar a Daniel Cosío Villegas, Vicente Lombardo Toledano, Jesús Re- yes Heroles, Samuel Ramos, Manuel Gómez Morín, Gilberto Loyo, Luis Chávez Orozco, Jaime Torres Bodet o Carlos Pellicer18. Evidentemente, la fórmula generacional permite agrupar, pero cabe preguntarse qué grado de homogeneidad se puede encontrar en una generación de intelectuales o políticos y en qué medida tiene utilidad la expresión. Sin duda, en el caso de ciertos grupos de individuos que mantuvieron lazos especialmen- te estrechos entre sí en el proceso de su despertar creativo o en su labor profesional y política, la expresión tiene un sentido práctico que permite captar algunos elementos compartidos en su formación, superando los límites de una aproximación biográica individual. Hoy en día, este en-

 

16 Charle, Los intelectuales en el siglo XIX, p. XV.

17 El trabajo clásico es el de Hale, La transformación del liberalismo.

18 Krauze, Caudillos culturales. Para un sugerente recorrido de la discusión de la gé- nesis del concepto del “intelectual” en Hispanoamérica y, en particular, en México, ver Zermeño, “El concepto intelectual”.

 

 

foque parece recobrar cierta fuerza dada la contemporánea preocupación en las humanidades y ciencias sociales por identiicar redes de contactos entre los miembros de un grupo, sea pequeño o grande. No obstante, es claro que tal enfoque siempre estará sujeto a debate en la medida de que haya distintas evaluaciones del grado de coincidencias   ideológicas y políticas o de las similitudes estilísticas o estéticas o de la intensidad e importancia de los lazos personales. En la práctica, es factible pensar que cada estudio sucesivo sobre una generación puede revelar originales e insospechadas facetas del quehacer de cualquier grupo de individuos, en tanto se logra descubrir más información y aplicar metodologías novedo- sas a su estudio.

En el caso de lo que denominamos la generación del 900 en Lati- noamérica, consideramos que es factible identiicar varios grupos de intelectuales de diversa formación  educativa  y  profesional,  así como de persuasiones ideológicas distintas19. Ello no implica que fuesen propia- mente miembros de una generación, aunque sus escritos relejan muchos puntos comparables en libros y ensayos, publicados entre 1900 y 1910. Algunos de los paralelos más interesantes se relejan en la revisión de sus lecturas preferidas. Por ejemplo, en casi todos los casos de este grupo, se observa una marcada impronta de los escritos de Herbert Spencer y la ca- tegorización de grupos raciales (en una escala de inferiores a superiores) como referencia general, aunque ya comenzaba a decaer algo la inluencia del racismo más crudo hacia principios del siglo20.

Entre los miembros más destacados de esta generación de ensayistas del 900 puede señalarse a José Enrique Rodó de Uruguay, a Francisco García Calderón de Perú, a Carlos Octavio Bunge de Argentina, a Agustín Arguedas de Bolivia, a Francisco Encina de Chile, a Cesar Zumeta de Ve- nezuela, a Manuel Bomim de Brasil y a Francisco Bulnes de México, en- tre otros. Caracterizaba a estos autores —todos pertenecientes a las elites latinoamericanas— el practicar el entrecruzamiento algo desordenado de corrientes intelectuales, con una alternancia entre positivismo, darwinis- mo social e idealismo. Habitualmente, se enfatiza el peso del idealismo de los grupos arielistas (en el caso de México se observa una fuerte reso- nancia en el grupo del Ateneo, entre los que destacaban Alfonso Reyes, Antonio Caso y otros), pero de ninguna manera debe pensarse que el

 

19 Marichal, “El Lado oscuro” (en prensa).

20 Sobre el tema ver Bowler, Biology and Social, capítulo 4.

 

 

llamado idealismo era compartido por todos los ensayistas de la época que se interesaban en el diagnostico y futuro de las culturas y sociedades latinoamericanas. Nos parece igualmente destacable el uso frecuente de la metáfora médica, que se relejaba en los enfoques social-darwinistas aún dominantes en el primer decenio del siglo XX. Así se observa en los títulos de algunos de los ensayos y libros, como el Continente enfermo, de César Zumeta (1899); Pueblo enfermo, de Alcides Arguedas (1909); La enfermedad de Centro-América (vol. 1, 1912), de Salvador Mendieta, o Los males de América Latina (1905), de Manuel Bomim, a los que podrían agregarse textos como el de Agustín Álvarez, Manual de Patología política (1899), y el de Manuel Ugarte, Enfermedades sociales (1905), de diferente matriz ideológica. Evidentemente, los intelectuales en cuestión se consi- deraban médicos sociales que podían ofrecer un diagnóstico de dolencias que aquejaban a sus sociedades, aunque no tenían demasiada certeza en cuanto al tipo de remedio para los problemas profundos y complejos que creían  haber identiicado.

Otra corriente contemporánea a los idealistas y los social-darwinistas era la de los primeros antiimperialistas, entre los cuales destacaban el patriota cubano José Martí, el brasileño Eduardo Prado, el uruguayo José Enrique Rodó, el poeta centroamericano Rubén Darío, los argentinos Ernesto Quesada (en su etapa juvenil) y Manuel Ugarte (ya claramente situado en el campo socialista), así como el venezolano Ruino Blanco Fombona (autor difícil de clasiicar, pero claro enemigo de las dictadu- ras). En la práctica, un buen número de estos tempranos críticos del imperialismo escribieron en respuesta a las intervenciones de los Estados Unidos que se multiplicaron en la región del Caribe y Centroamérica a partir de 1898. Pero también puede sugerirse que, en algunos casos, abo- gaban por el antiimperialismo como doctrina o instrumento ideológico y político.

Cabe aclarar que fue a partir de 1900 cuando los intelectuales euro- peos contemporáneos comenzaron a escribir libros en contra del impe- rialismo, destacando el modelo de interpretación liberal de J. A. Hobson, Estudio del imperialismo (1902)21. Hasta entonces, la inmensa mayoría de los numerosísimos textos publicados en Europa sobre el colonialismo de

 

21 Posteriormente se escribirá desde el marxismo, como se puede observar en El imperialismo etapa superior del capitalismo, de Lenin (1916). Los dos tipos de textos serán citados por latinoamericanos como Haya de la Torre. Funes, Salvar la nación, p 224.

 

 

ines del siglo XIX, concebían al nuevo imperialismo europeo como una avanzada de razas superiores en África y Asia, pero también e implícita- mente en América Latina. Para escritores como Martí o Prado, por ende, la crítica al nuevo imperialismo estadounidense consistía no solamente en una denuncia política, sino también en una airmación de lo propio como algo valioso. De esta manera, se hacía un tajante rechazo a la doc- trina de superioridad que transmitían los textos europeos, que frecuente- mente eran asimilados por voceros de las elites latinoamericanas, en fun- ción de su utilidad ideológica, para avalar regímenes de tipo oligárquico dentro de la región.

El enorme impacto de la Gran Guerra (1914-1918) y la  conciencia de una inminente decadencia europea cambiaron muchas percepciones acerca de la supuesta inferioridad de América Latina, característica en el pensamiento de un gran número de positivistas latinoamericanos de ines del siglo XIX. De allí que cobrara fuerza la que hemos denominado la generación de 1920, en especial los nuevos antiimperialistas, algunos de los cuales analizamos en este libro. Los escritos de este grupo de intelec- tuales se caracterizaban, en general, por una airmación más optimista de la identidad latinoamericana, con una fuerte impronta de propuestas re- volucionarias, teñida a su vez de una fuerte crítica social y de un pronun- ciado antiimperialismo. Se trataba de un claro cambio de paradigmas, al menos entre los intelectuales críticos interesados en discutir el futuro de Latinoamérica, a partir del impacto de una serie de grandes aconteci- mientos que cambiaron su visión del presente y futuro de la región.

En este cambio de perspectivas fue clave el impacto de los movi- mientos revolucionarios que estallaron hacia ines de la guerra mundial, en particular los ocurridos en Rusia, con el triunfo de la revolución bol- chevique a ines de 1917, y en México, a raíz de las experiencias revolu- cionarias del decenio 1910-192022. Los debates sobre las   consecuencias

 

22 Beatriz  Sarlo  se reiere  a “la  revolución  como  fundamento”  para  hacer  referencia al impacto que tuvo la revolución rusa entre un grupo ideológico amplio de estudiantes e intelectuales de la izquierda argentina, tópico que permitirá a estos personajes diferenciarse respecto del resto del campo cultural al convertir a la revolución en un leit motiv. Sarlo, Una modernidad periférica, pp. 121-123. A su vez, México fue visto como un “laboratorio social” desde el mirador latinoamericano, como lo demuestra el estudio de Pablo yankelevich sobre la experiencia mexicana en el espacio intelectual argentino como fuente del discurso antiimperialista y latinoamericanista, observado especíicamente a través del acercamiento que tuvieron José Ingenieros y Alfredo Palacios con mexicanos destacados como José Vasconcelos,

 

 

de estos enormes procesos sociales y políticos fueron recogidos por buen numero de intelectuales críticos de la “nueva generación”, como ellos mismos se denominaban, entre los que podemos mencionar a José Inge- nieros, Alfredo Palacios, Manuel Ugarte, José Vasconcelos, Diego Rivera, José Carlos Mariategui, Haya de la Torre, Recabarren o Mella. En todo caso, dichos eventos acabaron con la obsesión anterior sobre una supues- ta inferioridad latinoamericana (racial, económica o cultural) al tiempo que debilitaron notablemente la ideología del positivismo, lo que incidió en la difusión de una visión de Latinoamérica como un nuevo mundo con grandes posibilidades y no como un territorio condenado por su herencia colonial. Ello fue reforzado, a su vez, después de la guerra, por la difu- sión de escritos de autores como Osvald Spengler sobre la decadencia de occidente (en este caso de Europa) y también del texto famoso de Ortega y Gasset, La rebelión de las masas. Estas interpretaciones fueron asumidas con cierto fervor por los intelectuales latinoamericanos críticos, como se observa en la introducción de Nietzsche en Perú, por Mariategui, y en Argentina, por Deodoro Roca e Ingenieros.

Pero, para entender el giro intelectual e ideológico de la década de 1920, es igualmente importante tener en cuenta la conciencia contem- poránea del avance de la inluencia económica, cultural, política y mi- litar de la nueva gran potencia, Estados Unidos, en la región latinoa- mericana y, en especial, en el Caribe y Centroamérica. De este modo, y como se observa en los estupendos estudios de Gregorio Selser so- bre las múltiples intervenciones extranjeras, era imposible entender el antiimperialismo sin reparar en el impacto de la expansión capitalis- ta en la región de los países centrales23. Por su parte, en un brillante ensayo de historia intelectual, Francisco Zapata ha argumentado que es importante tener en cuenta que existía un vínculo estrecho con el surgimiento de  movimientos  que  defendían  la  autonomía  política  y el patrimonio económico nacional, amenazado por las estrategias imple- mentadas por el capital extranjero. Por ello, el antiimperialismo trató de conciliar la airmación de un desarrollo capitalista nacional, con el fortalecimiento del Estado y la autonomía cultural. Este giro es visible en Víctor Raúl Haya de la Torre, al intentar la alianza de nacionalistas y an-

 

Alfonso Reyes y Felipe Carrillo Puerto. yankelevich, Miradas australes, pp. 295-309.

23 Selser, Gregorio, Cronología de las intervenciones norteamericanas en América Latina (1890-1940).

 

 

tiimperialistas que posteriormente constituirá el nacionalismo revolucio- nario, ideología que animara los movimientos políticos latinoamericanos de izquierda en los años treinta24.

Hasta aquí podemos ver de manera muy resumida algunas de las formas en que se plasmó y difundió un sentimiento antinorteamerica- no, que desde ines del siglo XIX fue adquiriendo una serie de carac- terísticas discursivas identiicadas posteriormente como antiimperia- lismo. Este hilo conductor también permite observar  que  existieron otras corrientes de interpretación de lo latinoamericano que corrían de manera paralela, aunque por momentos se entrecruzaban. Es evidente que el discurso antiimperialista tuvo un momento de auge durante la década de 1920, como airma Patricia Funes, volviéndose omnipresente aún en aquellos intelectuales como José Ingenieros, quien había cons- truido sus modelos teóricos bajo patrones europeos y cosmopolitas. A la vez, los temas tradicionales patriotismo y nación serían vistos cada vez más “a partir de la dependencia política en clara ruptura con las gene- raciones precedentes”25. Sin embargo, y retomando las redes impulsadas por iguras como Ingenieros, debe subrayarse que la nueva generación incluía a intelectuales y estudiantes de distintas edades y trayectorias. Por ello, consideramos que al utilizar el concepto de generación debe- mos hacerlo desde una óptica amplia que nos permita entender su lui- dez en el tiempo.

 

 

III. LA PROPUESTA: FUENTES DE Y PARA LA HISTORIA INTELECTUAL

 

Este libro, como ya hemos sugerido, releja una preocupación com- partida por varios investigadores  de  diversos  países  que,  desde hace ya varios años, nos hemos reunido para discutir temas comunes en el Seminario de Historia Intelectual de América Latina (siglos XIX-XX), en El Colegio de México. En este espacio de relexión, se ha planteado en varias ocasiones y a partir del debate de textos muy diversos, la exis- tencia del antiimperialismo como un hilo conductor importante en la

 

24 Zapata, Ideología y política, pp. 15-16. El autor plantea que es importante prestar atención a nociones como antiimperialismo, tanto en la retórica de regímenes políticos en busca de legitimación, como en los discursos de los ideólogos que buscan representar al mundo sociopolítico y servir como instrumento de movilización social. pp. 11-12.

25 Funes, Salvar la nación, pp. 205 y 225.

 

 

historia del pensamiento latinoamericano, así como un discurso que permanece latente en el tiempo y que reaparece con vigor en deter- minados momentos. Aunque existe una nutrida bibliografía al respec- to, consideramos que era conveniente cuestionarse nuevamente sobre el antiimperialismo desde la perspectiva de la historia intelectual, con el in de plantearse un estudio cada vez más pormenorizado y crítico de un grupo de autores y textos poco conocidos que no han merecido un estudio profundo en las últimas décadas.

A partir de esta propuesta inicial, nuestro objetivo fue ampliándo- se al darnos cuenta de que podía ser de considerable utilidad contar con un proyecto colectivo que se diera a la tarea de estudiar autores de varios países de América Latina, durante un lapso de tiempo amplio que inicia a ines del siglo XIX y termina a principios de la década de 1930. Así, se buscó la colaboración de investigadores nacionales y ex- tranjeros que se dieron a la tarea de analizar un conjunto de textos, y se presentó un proyecto de investigación de mayor alcance en el cual se recuperarían los materiales de estudio no sólo para ser utilizados por los colaboradores, sino también, como hemos señalado, para ser digita- lizados y, posteriormente, difundidos entre un público más numeroso a través de la página Web del Seminario26. Con ello se ampliaba la temá- tica de este sitio dedicada anteriormente a la presentación de los textos debatidos en las reuniones periódicas, así como a la información com- plementaria sobre la bibliografía, hemerografía, sitios Web y proyectos. Dadas las diicultades que se encuentran para lograr el acceso a muchos de los libros seleccionados para el presente análisis, ya que se trata de libros “viejos” que por lo general merecieron sólo una edición, decidi- mos que los estudios críticos debían de considerar a profundidad  tanto el texto principal de análisis como otros textos publicados por el mismo autor. Por este motivo, la sección de la página Web del Seminario titulada “Documentos” incorporó un buen número de libros poco conocidos por el público actual, publicados entre ines del siglo XIX y mediados de la década de 1930, en editoriales de Buenos Aires, México y Madrid, funda- mentalmente. La mayor parte de estos escritos fueron utilizados por los colaboradores de este libro para realizar sus interpretaciones, textos a los

 

26 El proyecto, bajo la responsabilidad de Alexandra Pita González, fue aprobado por el Fondo SEP-CONACYT. Convocatoria Ciencia Básica (2008), en la categoría Joven Investigador.

 

 

cuales sumamos otros que si bien no fueron incorporados a la versión de- initiva de este libro tienen la intención de hacer de esta sección una base de datos que facilite y difunda obras del pensamiento  latinoamericano27.

Resta ahora resaltar puntos sobresalientes de los ensayos contenidos en este libro, explicando qué textos y autores fueron seleccionados para el análisis; la forma en que se exploraron los materiales, así como algunos de los aspectos que son comparables en los diferentes itinerarios estudiados en relación con el antiimperialismo como objeto de estudio.

En orden cronológico, puede indicarse que el trabajo redactado por Paula Bruno, “Mamuts vs hidalgos”, constituye un análisis de las lecturas de Paul Groussac sobre Estados Unidos y España a ines del siglo XIX. To- mando como punto de partida la conferencia que dictó Groussac (1848- 1929), publicada en forma de folleto por una editorial en Buenos Aires en 1898, el texto es leído como una denuncia al materialismo norteame- ricano, desde una clave modernista, que buscaba expresar el sentimiento de rechazo por el nacionalismo expansionista, manifestado en la guerra entre España y Estados Unidos por el control de Cuba, Puerto Rico y Filipinas. Para comprender el sentido de la crítica, la autora desarrolla la percepción de Groussac sobre España, quien parece oscilar entre la admiración por la hidalguía de la época de la Conquista y el abatimiento ante cierta decadencia en el siglo XIX. En contraste con la España hidalga, la nación norteamericana es identiicada en el texto con un mamut, ani- mal poderoso pero primario, que prevalece por poseer como atributos el “gigantismo, la monstruosidad y el primitivismo”. Para comprender esta percepción sobre la sociedad estadounidense y su democracia —enten- dida como tiranía de la mayoría—, Paula Bruno retoma los apuntes de viaje que realizó Groussac a partir de sus travesías, en 1893, por Chile, Perú, México, algunos puntos de América Central y Estados Unidos, iti- nerarios publicados en el libro Del Plata al Niágara (1897). En el contexto especíico de 1898, se observa el impacto que sufrieron los intelectuales latinoamericanos con motivo del enfrentamiento de dos culturas pasadas y presentes sintetizadas en las representaciones de mamuts vs hidalgos (Estados Unidos de América vs España). Esta perspectiva culturalista era bastante característica del ambiente intelectual de la época y, poco des- pués de la conferencia de Groussac, será utilizada por Rubén Darío en El

 

27 Ver el conjunto en sección “Biblioteca digital”, en la página del Seminario de His- toria Intelectual, en http://shial.colmex.mx/

 

 

triunfo de Calibán y por Enrique Rodó en su conocida obra, Ariel.

En el ámbito mexicano, la guerra del 98 también tuvo un fuerte im- pacto, dado el legado de rechazo a las terribles intervenciones extranjeras experimentadas en el país durante el siglo XIX. El primer crítico de este nue- vo intervencionismo a ines del siglo XIX fue Francisco Bulnes, con la pu- blicación de su ensayo El porvenir de las naciones hispanoamericanas (1899), en el que ofrecía un sombrío panorama del futuro. Pero sería, sobre todo, desde 1914, con la intervención naval y militar en Veracruz, por parte de la administración de Woodrow Wilson, que cobraría mayor fuerza el discurso antiimperial. Así se observa en el caso del historiador Carlos Pereyra, per- sonaje muy signiicativo, pero insuicientemente recordado, quien es estu- diado en este volumen por Andrés Kozel. Se observa una evolución no li- neal en los escritos de Pereyra, ya que hacia 1904 aún mantenía posiciones de elogio para el gran imperialista, el presidente Theodore Roosevelt, para pasar en años subsiguientes a una fortísima crítica del mismo personaje.

La trayectoria de Pereyra fue compleja, ya que originalmente fue un personaje del antiguo régimen poririano, hombre cercano a Bernardo Reyes, gobernador de Nuevo León. Luego, en época del dictador Huerta, pasó a ocupar transitoriamente el cargo de secretario de Relaciones Ex- teriores, en 1914, y, posteriormente, el de embajador en Bélgica. Tras el triunfo del carrancismo ijó su residencia en Madrid, donde vivirá hasta el in de sus días, publicando numerosas obras, entre ellas una extensa historia de hispanoamérica y numerosos libros de ensayos, muchos de en- foque antiimperialista. Su libro, El mito de Monroe (circa 1916), es analiza- do por Kozel con gran inura en cuanto a su genealogía intelectual. En su madurez, Pereyra será un fuerte crítico del intervencionismo de Estados Unidos, pero ya en los años treinta su hispanismo cada vez más acendra- do revelará sus simpatías con el falangismo y luego con el franquismo.

Diametralmente opuesto a Pereyra, en cuanto a trayectoria políti- ca, fue otro intelectual, político y diplomático connotado, Isidro Fabela, quien también escribirá una obra de denuncia antiimperialista en los años veinte, Estados Unidos contra la libertad. Luis Ochoa Bilbao resume con cuidado su biografía para luego entrar en el análisis del texto en cuestión. Fabela había sido miembro fundador del Ateneo de la Juven- tud en 1909, pero, ya entrada la Revolución, se vinculó con Venustiano Carranza, quien lo nombró su representante en Europa con la enco- mienda de mejorar la imagen del México constitucionalista y comenzar a tejer sus relaciones internacionales. Después de su regreso a México en

 

 

1921, ocupó cargos directivos en la Escuela Nacional de Jurispruden- cia y fue destacado periodista. Sin embargo, el ascenso de los generales sonorenses lo obligó a exiliarse en Estados Unidos y luego en Europa, hasta que en la década de 1930 volvió al favor político en su país, donde se le nombra representante de México ante la Sociedad de Naciones. En este cargo ejerció un papel fundamental en la defensa del gobierno de la Segunda República española. En resumen, éste antiimperialista y también hispanóilo adoptó posiciones mucho más progresistas que su compatriota Pereyra. No obstante, la obra de denuncia de la doctrina Monroe de ambos releja gran número de   similitudes.

Diferente matices de antiimperialismo se encuentran en las postu- ras de los intelectuales centroamericanos de los años veinte, menos in- clinados al nacionalismo o la hispanoilia que sus colegas mexicanos, ya que su preocupación giraba alrededor de las intervenciones directas de Estados Unidos en sus pequeñas naciones. A raíz de la inestabilidad política centroamericana y la mano dura de diversos dictadores de la región, un buen número de destacados y críticos intelectuales tuvieron que buscar en el exilio espacios para trabajar y publicar libremente. Así lo relejan los casos de los guatemaltecos Juan José Arévalo y Máximo Soto Hall, que se establecieron en Argentina en los años veinte, el pri- mero como profesor de la Universidad de La Plata y el segundo como columnista del destacado periódico La Prensa de Buenos Aires. Por su parte, Salvador Mendieta, el gran promotor del unionismo centroame- ricano, vivió la mayor parte de su vida en distintos países de la región, pero saltando de uno al otro para escapar de las garras de distintos ti- ranos. Ello contrastaba con  la  estabilidad  que  experimentó  el editor de una de las más transcendentes revistas culturales latinoamericanas de la época, El Repertorio Americano, nos referimos a Joaquín García Monge, quien pudo vivir, editar y publicar en su propia tierra, Costa Rica, debido a su mayor grado de democracia y tolerancia política e intelectual. Dicho sea de paso, un amplísimo número de los intelectuales críticos latinoa- mericanos de Sudamérica y de México publicaron artículos en esa revista entre 1918-1940, convirtiéndola en un faro de pensamiento progresista, más allá de su elevada factura literaria.

La construcción ideal de una comunidad latinoamericana, distinta de la sajona, es objeto del trabajo que Margarita Silva presenta en este volu- men bajo el título “Salvador Mendieta y la unión centroamericana”. Silva analiza dos trabajos del intelectual centroamericano: Páginas de unión, pu-

 

 

blicado en Nicaragua, en 1903, y La enfermedad de Centro América, exten- sa obra publicada entre 1914 y 1934 ante las continuas interrupciones causadas por la actividad política del autor, los destierros, las   prisiones y la escritura de otros textos. Tras exponer la trayectoria de Mendieta para evidenciar la conexión entre sus experiencias prácticas y su proyecto político unionista, la autora se centra en el primer trabajo del intelectual nicaragüense, observando la originalidad del mismo al comparar los tex- tos constitucionales de los cinco países y proponer una federación que retomaba las ideas expuestas anteriormente por el colombiano José María Torres Caicedo. El vínculo con las experiencias del siglo XIX se releja tam- bién en la interpretación del antiimperialismo a partir de las experiencias de José Martí y los cubanos exiliados en Centroamérica, conjugando la crítica al intervencionismo norteamericano con las dictaduras locales y defendiendo, como contraparte, un fuerte sentimiento  hispanista.

Estos elementos constitutivos del antiimperialismo en la obra de Mendieta son retomados por la autora al analizar La enfermedad de Cen- tro América, libro compuesto en tres tomos, donde, bajo la inluencia de Herber Spencer y su metáfora organicista así como del naturalismo fran- cés de Emile Zolá, se plantea el estudio cientíico del sujeto social y sus síntomas, los orígenes, el diagnóstico y, por último, la terapéutica. De ese modo, el texto de Mendieta pretende ser un maniiesto de la ideología unionista, mezclando de manera implícita o explícita ideas de regenera- ción social con un análisis político de la región.

De tono más radical es el escrito del guatemalteco Máximo Soto Hall, Nicaragua y el imperialismo norteamericano, publicado en Buenos Aires a inicios de 1928. Esta obra es un largo ensayo que combina historia y política, haciendo hincapié en las intervenciones militares en Nicaragua a mediados del siglo XIX, por parte de bucaneros norteamericanos como William Walker, para luego pasar revista a las intervenciones de los ma- rines en esa misma tierra en el siglo XX. Sin embargo, Soto Hall no se dedicaba solamente al ensayo, pues ya era un novelista conocido en Cen- troamérica desde principios de siglo: en Buenos Aires publicó, en 1927, la novela antiimperialista La sombra de la Casa Blanca y al año siguiente, en 1928, una obra de teatro titulada Sandino, algo nada extraño, teniendo en cuenta que la rebelión de Sandino contra los norteamericanos había comenzado en esos años.

Aparte de Centroamérica, no hay duda de que fue el Caribe el es- pacio geográico y social de Latinoamérica que sufrió el mayor    número

 

 

de intervenciones externas, especialmente de parte de las fuerzas militares norteamericanas. Sobre este tema llamaron la atención diversos autores que utilizaron su pluma para denunciar el avance norteamericano en la región. Este es el caso del español Luis Araquistain, a quien se le conoce sobre todo por su actuación en la República española a inicios de la dé- cada de 1930. No obstante, debe señalarse que dos de sus libros publi- cados en la década anterior, El peligro yanqui (1920) y La agonía antillana (1928), tuvieron una gran difusión en la época al agotarse rápidamente y al beneiciarse de una segunda edición en años muy próximos. Estos tex- tos, analizados por Blanca Mar León, ejempliican la preocupación de los intelectuales españoles por mantener los vínculos de aquel “imperio espi- ritual” (cultural) y, con ello, el predominio de España en América Latina. Sin embargo, las “alicciones” españolas no provenían de la pérdida de sus colonias, hecho sobre el cual asumían su error, sino de la nueva conquista de la que éstas estaban siendo objeto, por parte de Estados Unidos.

En este contexto, en el cual todavía tenían importancia las inluencias regeneracionistas que formaron parte del espíritu de la época, se suman otras que la autora recoge al reconstruir las actividades que el periodista es- pañol Araquistain desplegó durante su estadía en Cuba. Sus vinculaciones intelectuales, sus actividades y sus lecturas forman parte de un contexto de enunciación, que permiten al lector conocer mejor las reacciones latinoa- mericanas a la producción literaria y política de Araquistain, en especial la obra La agonía antillana (la cual se glosa en detalle en el estudio de Mar León). Ello nos ayuda a conocer mejor el ambiente intelectual y cultural cubano de los años veinte y la forma en que ejerció su inluencia sobre el periodista español y sus escritos.

El hecho de que Araquistain se interesara en los problemas del Caribe tenía una explicación. De hecho, en la segunda y tercera década del siglo XX, una parte del ambiente intelectual español se vio sensibilizado con la situación que se vivía en América Latina, merced a la labor enérgica de una serie de editores y escritores latinoamericanos que se establecieron en la capital española y publicaron allí una sorprendente cantidad de obras so- bre Latinoamérica. El caso más destacado es el del venezolano Ruino Blan- co Fombona, quien estableció la Editorial América en Madrid, en 1915, y donde publicó más de trescientos volúmenes sobre temas hispanoamerica-

 

 

nos, entre ensayo, novela e historia, antes del estallido de la Guerra Civil28. Pero había también otras editoriales en esa capital colaboraron en el esfuerzo de difusión y venta. No es de extrañar que el siguiente trabajo que  se  analiza  en  este  volumen,  Yanquilandia bárbara”,  fuera  publica- do  en  1929  por  la  editorial  española  Historia  Nueva,  la  cual  también editó otras obras escritas por latinoamericanos sobre el tema antiimpe- rialista.  El  autor,  el  intelectual  anarquista  de  origen  argentino,  Alber- to  Ghiraldo,  buscaba  denunciar  la  invasión  de  Nicaragua  y  resaltar  el peligroso avance norteamericano en el Caribe (considerando a ese país como la primera zona de inluencia norteamericana en Latinoamérica, a la cual, posteriormente, se agregarán otras). Como señalan las auto- ras, Alexandra Pita y María del Carmen Grillo, el discurso se encuentra impregnado de elementos simbólicos que no deben asociarse necesaria o  directamente  con  el  anarquismo,  como  es  el  caso  de  su  defensa  de las ideas de raza, de nación o de hispanismo, sino que debe subrayar- se  que  el  autor  se  vale  de  todos  los  materiales  disponibles  que  tratan diferentes  épocas  y  se  reieren  a  diversos  contextos  y  diversas  catego- rías  discursivas.  Pese  a  esta  aclaración,  es  evidente  que  en  Yanquilan- dia bárbara  persisten  algunos  signos  del  anarquismo:  el  moralismo,  el sentimentalismo,  así  como  la  apelación  a  un  discurso  emocional  que se  sustenta,  empero,  en  argumentos  concretos  (datos,  cifras,  citas que dan muestras del brutal avance norteamericano en la región). En este sentido, las autoras destacan tanto el aspecto formal de la composición de la obra como su universo simbólico, resaltando de qué manera Ghi- raldo explota el uso de arquetipos y de estereotipos, así como el carácter binario de la exposición, todos elementos provinientes del discurso y del

imaginario anarquista.

Otro texto antiimperialista publicado en la misma época en Madrid fue el del chileno Joaquín Edwards Bello, titulado El nacionalismo conti- nental. El estudio de esta obra y de su autor corrió a cargo de Fabio Mo- raga, quien ofrece un retrato de este personaje heterodoxo e iconoclasta de la elite chilena. Miembro de una de las familias más eminentes de Santiago, descendiente de grandes banqueros, por un lado, y del pre- claro intelectual, lingüista y estadista, Andrés Bello, por el otro, Joaquín Edwards Bello nunca aceptó entrar a ejercer el rol que su familia con-

 

28 Segnini, La Editorial América. La autora ha publicado la obra pionera de interpretación.

 

 

sideraba que debía cumplir en las altas esferas de la sociedad chilena. Moraga lo caliica de “rebelde, iconoclasta, maldiciente, francotirador, ‘maldito’ a su manera”, pero, a pesar de ello, un destacado intelectual que publicó mucho. En su principal obra antiimperialista, Edwards Bello comienza con una serie de textos dedicados a discutir el papel de Chile en su relación con Europa y el mundo, airmando su rechazo a la heren- cia anglosajona y rescatando la española. Le siguen varios textos sobre la formación de la “continentalidad” cultural latinoamericana, para cerrar de nuevo con el papel de Chile y su posible proyección en una propuesta latino  o  indoamericana.

En El nacionalismo continental, Edwards incluyó un mensaje de Víctor Raúl Haya de la Torre, a quien consideraba un gran dirigente latinoa- mericano; sin embargo, en lugar de subrayar el discurso indoamericano de Haya, sólo enfatiza su autoridad como gran jefe con don de mando. Tal actitud, explica Moraga, se relacionaba con la creciente admiración que el escritor chileno sentía por Mussolini, lo que le fue inclinando gra- dualmente hacia una apología del fascismo nacionalista. En ello podemos encontrar algunos paralelos con los intelectuales Carlos Pereyra y José Va- concelos, que fueron girando políticamente hacia la derecha en los años treinta, después de haberse situado en posiciones progresistas en épocas anteriores. En este sentido, hay que reconocer que en sus escritos tardíos ya no es posible encontrar, en estos intelectuales, rastros importantes del antiimperialismo que los había cautivado en los años veinte.

La multiplicación de obras antiimperialistas publicadas en los años veinte en Madrid, Buenos Aires y México fue creando un público inte- resado en leer textos antiimperialistas y ello, sin duda, estaba relaciona- do estrechamente con los jóvenes universitarios que habían  comenzado a militar en política, tanto en España como en los diversos países lati- noamericanos. El fenómeno también estaba relacionado con otro ámbito de lectores aines que provenían de círculos obreros y/o de partidos o agrupaciones políticas y sindicales de izquierda. En este punto, conviene hacer hincapié en el carácter internacionalista de una buena parte de la literatura antiimperialista bajo consideración.

Un buen ejemplo de la producción de ese sector estudiantil altamente politizado y comprometido con las realidades latinoamericanas, aparece en el ensayo de Martín Bergel sobre los escritos de Martín Seoane. Bergel analiza dos textos escritos por Seoane, estudiante peruano militante del aprismo, Con el ojo izquierdo. Mirando a Bolivia (1929) y La garra yanqui

 

 

(1930). Ambas obras fueron concebidas durante el exilio del autor en Buenos Aires, estado que asumieron también varios jóvenes participan- tes de la Universidad Popular González Prada. Seoane se insertó rápida- mente en el ambiente intelectual porteño, participando activamente en la Unión Latino Americana, sin perder su condición de líder aprista que compartió con otras relevantes iguras como Víctor R. Haya de la Torre y José Carlos Mariategui.

Como demuestra Bergel en su estudio, ambos escritos de Seoane re- marcan su origen dual como representante de la nueva generación de estudiantes latinoamericanos y como miembro del aprismo. Con el ojo izquierdo es un relato de viaje, “una mirada interior” donde se pone de maniiesto, como airma Bergel, el viaje proselitista como una estrategia que utilizó la generación de la reforma universitaria latinoamericana y, en especial, del núcleo relacionado al aprismo, para “materializar” la idea de América Latina como un hecho fáctico. Otra estrategia para enfati- zar el destino compartido de estos países fue el estudio concreto del im- perialismo, actividad que desarrolló Seoane en numerosos artículos que buscaban demostrar cientíicamente la penetración económica del capital norteamericano, investigaciones que se reúnen en el segundo texto anali- zado: La garra yanqui. En esta obra, el peruano se propone despejar mal- entendidos sobre el antiimperialismo, superando así la visión romántica antinorteamericana fundamentada desde el materialismo, interpretación que, como en el texto anterior, buscaba posicionar al APRA como un mo- vimiento revolucionario.

Finalmente, cabe hacer notar que las publicaciones antiimperialistas de intelectuales latinoamericanos en los años veinte fueron complemen- tados y reforzados por un grupo de escritores marxistas norteamerica- nos, buen número de los cuales vivieron un tiempo en el México pos- revolucionario. Un ejemplo clásico es John Reed, el precursor de estos escritores, quien difundió una visión vigorosa y bien informada del pro- greso de la Revolución mexicana a través de sus columnas periodísticas, al tiempo que denunciaba el intervencionismo norteamericano, especial- mente en Veracruz.

A principios de los años veinte, radicaron en México varias iguras de izquierda que fueron clave en la creación de una literatura antiimperialista de alta popularidad en los Estados Unidos, que logró centrar la atención en Latinoamérica. Entre estos escritores militantes se contaban Scott Nea- ring, Carleton Beals o Bertram Wolf. En su ensayo, Carlos Marichal ana-

 

 

liza la obra de Scott Nearing, Dollar Diplomacy (1925), traducida como La diplomacia del dólar, en 1926. El escrito de Nearing fue probablemente el libro que tuvo mayor inluencia sobre los lectores norteamericanos de la época, dando a conocer y difundiendo la historia de las intervenciones e inversiones de Estados Unidos en los países de América Latina. A su vez, Nearing fue un colega cercano de Carleton Beals, quien fue el autor de gran número de obras sobre el México posrevolucionario y el autor de la primera biografía de Sandino. Al revisar esta literatura ensayística, histórica, política y militante, puede observarse que existía un estrecho y apasionado diálogo entre los antiimperialistas norteamericanos y latinoa- mericanos de ese tiempo, tema que merece la pena estudiarse con mayor profundidad en el futuro.

En conclusión, sólo falta reiterar que, además de los autores y libros de ensayos analizados en el presente volumen, se recomienda al lector la consulta de varios textos adicionales incluidos en la colección digital del Seminario de Historia Intelectual.

Cabe, por último, hacer dos aclaraciones sobre la naturaleza de este libro. En primer lugar, si bien cada ensayo intenta situar a su autor en el contexto histórico que le pertenece, en ocasiones carece, por razones de espacio, de una explicación más profunda de su contexto político, social y económico nacional. Consecuentemente, creemos oportuno que las re- percusiones de sus ideas sean estudiadas posteriormente, a través de otro tipo de documentación que nos acerque con mayor detalle al imaginario y a las representaciones colectivas29.

En ese sentido, sería conveniente dejar planteada la necesidad de que este tipo de estudios se complementen con otros que privilegien el aná- lisis de las formas en que las ideas y preguntas de estos intelectuales se difundieron en épocas posteriores. Asimismo, tendría que estudiarse la asimilación y difusión de las distintas ideas de identidad latinoamerica- na y su pervivencia en todo el continente, desde el ámbito académico y cultural (universidades, centros y revistas culturales). Se sugiere, además, la conveniencia de estudiar el impacto de estas ideas en los centros de sa- ber especializados en estudios latinoamericanos de los vecinos paises del

 

29 Aunque no pretendemos abarcar este tipo de perspectiva, elaboramos una catálogo de autores en la página Web del seminario mencionada anteriormente, con el in de iniciar una labor en la que a futuro puedan irse sumando ichas de otros autores antiimperialistas que se consideren pertinentes.

 

 

Norte, principalmente en los Estados Unidos. No es infrecuente que se airme, como lo hace Richard Salvatore, que en ese país se concentra gran parte del conocimiento latinoamericano como una forma de articular las “nuevas y cambiantes formas de dominación/hegemonía imperial”30.

 

 

***

 

Resta agradecer a aquellos que hicieron posible este texto. En primer lu- gar, a los autores de los ensayos, por asumir el compromiso de participar en un proyecto que, a lo largo de más de un año, implicó participar en numerosas sesiones donde se discutió el conjunto de las aportaciones. Asimismo, debemos agradecer la colaboración de la Mtra. Marcela Sal- daña en las revisiones de los textos digitalizados y en la buena marcha del Seminario. De manera especial, damos las gracias a la directora de la biblioteca de El Colegio de México, Mtra. Micaela Chávez, por su apoyo en la digitalización de los textos clásicos que son la materia prima de la investigación. Para poner en práctica este proyecto, fue indispensable la beca de investigación concedida por el Consejo Nacional de Ciencia y Técnología de México (CONACYT) a la Dra. Alexandra Pita, recurso al que se sumó el apoyo del Centro de Estudios Históricos de El Colegio de México y la Universidad de Colima. Agradecemos a estas instituciones su colaboración.

 

ALEXANDRA PITA GONZÁLEZ CARLOS  MARICHAL  SALINAS

 

 

 

 

 

 

 

 

 

30 Salvatore, Imágenes de un imperio, p. 10. Para una estudio desde este tipo de pers- pectiva remitimos a los trabajos de Ricardo Salvatore, en especial a sus estudios sobre lo que él denomina “el imperio informal norteamericano en Sud América durante el apogeo del panamericanismo (1890-1945)”.

 

 

 

 

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AuthorLuis Nicho